El universo es algo que me apasiona. Sus misterios, sus
secretos, sus fenómenos.
Las maravillas exteriores me han inspirado constantemente y
han permitido la creación de varios de mis escritos. Tal es el caso de doce
poemas que escribí hace tiempo reunidos en el poemario titulado “La Rueda de
las Bestias”, en honor a las doce constelaciones posicionadas sobre la
eclíptica. Vamos por partes.
La eclíptica es la línea a través de la cual trascurre el
sol alrededor de la tierra. Es decir, es el camino recorrido por el sol a lo
largo de un año respecto al fondo inmóvil de las estrellas. Esta percepción es
aparente, pues define el movimiento aparente del sol visto desde la tierra. Por
convención, la eclíptica se encuentra dividida en 12 zonas, en donde se sitúan
las 12 constelaciones del zodiaco, que a su vez hacen parte de las 88
constelaciones en que se divide el cielo nocturno.
Cada una de las constelaciones es fascinante y el poder
reconocerlas sobre nuestras cabezas en una noche despejada es un hecho que
gratifica a quien sepa reconocerlas.
No obstante, el día de hoy no vine a hablarles del zodiaco.
Ese punto lo dejamos para una publicación venidera.
Los dos escritos que les comparto hoy tienen su origen en
dos fenómenos diferentes: el perihelio y el afelio. El perihelio es el punto
más cercano de la órbita de un cuerpo celeste al sol, mientras que el afelio es
lo opuesto, es decir, el punto de la órbita más alejado. Hace muchos años
escribí un parte de poemas titulados “Afelio” y “Perihelio”. Son tan antiguos y
mi estilo de entonces tan diferente que no me siento con valor de publicarlos (soy
demasiado crítica conmigo misma como para que siquiera me guste lo que escribí
el mes pasado :P). No obstante, el concepto logró inspirarme dos veces.
Originalmente pensaba hacer una recopilación en donde
escribiría un poema para cada uno de los planetas del sistema solar, incluido
Plutón que aún goza de mi afecto y preferencia por ser una representación del
dios Hades, porque tiene cinco satélites con nombres geniales: Caronte, Nix,
Hidra, Cerbero y Estigia; y por inspirar al padre del horror cósmico H. P.
Lovecraft en la creación de la raza Mi-Go que le da el nombre de Yuggoth.
La idea original de la recopilación terminó en dos poemas
sin nombre. El primero de ellos mezclaba características de Mercurio, Venus y
Marte y era imposible ponerle un título que se referenciara a uno solo de
ellos. Fue entonces cuando noté que nuevamente me había dejado llevar por el concepto
del afelio y el perihelio, y fue así como decidí nombrarlos.
Los dejos entonces con este romance planetario que espero
disfruten.
Perihelio
Soy esclavo
de tu fuerza,
prisionero de
tu luz.
Allá en donde
empieza mi universo
y tú danzas
en tu eje eterno
sólo para
cegarme con tus ojos.
Me alejo y me
agito en los bordes de tu reino,
como el
pájaro que vio nacer a la reina
desde los
confines de los ventanales.
Luego caigo,
irrefrenable, imparablemente,
y veo la nada
acercarse hasta que sólo
tu fuerza
imperial logra detenerme.
Esto que
crece entre tú y yo es la vibración de la danza inmutable,
tu a mi
alrededor entretejiendo mis cabellos de fuego,
y yo al lado
tuyo contemplando la grandeza de tus facciones.
No soy más
que otro adorador de tu energía,
de tu ímpetu.
Del capricho que me ha traído
desde el otro
lado de la galaxia y ha conjugado
mi cuerpo del
polvo, mi fuego del hielo,
mi voz del
aullido de los agujeros negros.
Hágase en mí
tu voluntad,
hágase la luz
de las tinieblas,
levántate
ahora desde el
más lejano de
mis horizontes.
Yo te
ofreceré el amanecer que te mereces,
la fragilidad
de la bailarina, el árbol de los recuerdos,
el polvo rojo
que cubre la piel de los hijos de ésta tierra,
y la
oscuridad insondable de las aguas que inundan
los cráteres
de mi alma.
En mí todo se
torna y se convierte
y sube en
halos hasta la atmósfera.
Cada
partícula del aire que respiro
se torna en
veneno que besa tu rostro.
Una chispa es
lo que necesito
para
incendiarlo todo,
el roce de
tus lenguas de fuego
sobre mi piel
tostada por la cercanía
de tu cuerpo
celeste.
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Estefanía Figueroa Buitrago
Afelio
El hielo
aprendió a cavar
su hogar en
mis venas negras,
a recorrerme
de pies a cabeza
y a exhalar
su polvo de estrellas
por entre los
pliegues de mi boca.
Aprendió a
anidar en mi pecho
que entonces
era joven y sólo
buscaba el
calor de sus estrellas,
tornó a mis
extremidades en espadas afiladas,
a mis
cabellos divergentes en la línea de asteroides.
Y me maldijo
a contemplarte eterna y perezosamente,
mientras me
consumo en el frío que me regala tu distancia.
Dejo a mis
hermanos la tarea absurda
de regalarte
todos los besos emanados
desde el
centro de la tierra,
de contemplar
tus giros a tan íntima distancia,
de padecer la
asfixia de tus devastadoras reacciones.
A ti yo te
entronizo por ser inalcanzable,
la luz que
apenas llega a mis regiones exteriores,
una musa
demasiado joven y vulgarmente sonrojada,
la única
estrella danzarina que seduce a estos ojos.
Permitámosle
al vacío extenderse
cada vez más
entre nosotros
y al silencio
ser el heraldo
de las
conquistas en tu boca.
Ésta piel que
ves tan negra
jamás ha sido
arrebatada
por los
embates de las explosiones,
ni por los
dedos apasionados
que trasmutó en
su juventud el universo.
Sólo por las
rocas he sido complacido,
y sólo la
distancia conoce el frío de mis besos.
No los cederé
pues a tus labios para que se derritan,
ni conoceré
la suavidad que se oculta a la aridez de mi terreno.
_______________________________
Estefanía Figueroa Buitrago
Para acompañar la lectura les comparto la canción de la
banda finlandesa Nightwish titulada “Astral Romance”, perteneciente a su primer
álbum “Angels Fall First”.
Como siempre espero sus comentarios y opiniones. Muchas
gracias a todos aquellos que comentaron mi entrada pasada. Espero responderles
personalmente pronto :) ¡Su apoyo es invaluable para mí!